La Organización Mundial de la Salud (OMS) la ha calificado como otra “pandemia silenciosa”. Mientras el mundo se concentra en controlar el Covid-19, la prevalencia de la ansiedad y la depresión avanza en las capas de la población, sometidas durante los últimos dos años a restricciones y a un constante estado de alarma y preocupación. Este 13 de enero, en el Día Mundial de la Lucha Contra la Depresión, el mundo intenta, de nuevo, que esa pandemia ya no sea silenciosa.
La depresión es una enfermedad más común de lo que puede creerse. La OMS la define como un trastorno mental común y estima que en todo el mundo el 5% de los adultos la padecen, esto representa alrededor de 280 millones de personas. Aunque la depresión tiene distintas variaciones puede convertirse en un problema de salud serio, especialmente cuando es recurrente y de intensidad moderada a grave. En ese peor de los casos, la depresión puede llevar al suicidio.
Cada año se suicidan en el mundo unas 700.000 personas. Según el organismo de salud global, el suicidio es la cuarta causa de muerte en el grupo etario de 15 a 29 años. Una de las dificultades más importantes para el trato de la depresión es que a menudo no es correctamente diagnosticada o diagnosticada erróneamente. Por ello, es necesario estar atento a posible sintomatología.
Por ejemplo, “dificultad de concentración, el sentimiento de culpa excesiva o de autoestima baja, la falta de esperanza en el futuro, pensamientos de muerte o de suicidio, alteraciones del sueño, cambios en el apetito o en el peso y sensación de cansancio acusado o de falta de energía”, detalla la entidad de salud. Durante un episodio depresivo la persona afectada puede experimentar alteraciones en su día a día en todos los campos: personal, familiar, social, educativo o ocupacional.
Estos episodios depresivos pueden ser leves, moderados o graves, dependiendo de su duración y de su sintomatología. Las cusas son tan variadas como complejas e incluyen factores sociales, psicológicos y también biológicos. A pesar de que se suele ver como una condición exclusivamente anímica, la OMS señala que hay relaciones entre depresión y la salud física. Por ejemplo, dice, las enfermedades cardiovasculares pueden producir depresión, y viceversa.
La pandemia ha agravado este panorama, ya de por si difícil. La Organización Panamericana de la Salud (OPS), por ejemplo, señala que “las poblaciones que históricamente se han enfrentado a una mayor carga de afecciones de salud mental y un acceso reducido al tratamiento se ven afectadas de manera desproporcionada por los impactos de Covid-19 en la salud mental”.
En esta región, según la OPS, los trastornos mentales, neurológicos y por uso de sustancias (SNM) y el suicidio representan más de un tercio (34%) del total de años vividos con discapacidad, siendo los trastornos depresivos la principal causa de discapacidad. Casi 100.000 personas mueren por suicidio cada año. El efecto de la pandemia se ha analizado en estudios que estiman su magnitud.
La depresión en la pandemia
Uno de los estudios más recientes e importantes sobre el tema fue publicado en la revista The Lancet a finales de noviembre de 2021. Es la evaluación más grande que se haya hecho sobre el impacto que la pandemia ha tenido en la salud mental de la población. El estudio se concentró en los trastornos de ansiedad y la depresión severa, y cuantificó la prevalencia y la carga de los trastornos por edad, sexo y ubicación en 204 países y territorios.
Los investigadores analizaron 5.638 estudios publicados entre enero de 2020 y enero de 2021, e incorporaron los impactos combinados de la propagación del virus, pedidos para quedarse en casa, disminución del transporte público, cierres de escuelas y negocios, así como disminución de las interacciones sociales, entre otros. En todo el mundo los trastornos de ansiedad se asociaron fuertemente con un aumento de las tasas de infección, mientras que la prevalencia de depresión severa estuvo más relacionada con las cuarentenas estrictas y las restricciones en la movilidad.
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