Beatriz Mota había ido junto a su familia a la graduación de su hermana mayor. Tuvo sed y fue hasta el bebedero: era su escuela y no había peligro. Pero nunca regresó. 41 minutos después hallaron su cuerpo masacrado. Luego de 6 años, la semana pasada se señaló al culpable. El calvario de los padres y las dudas de un crimen atroz.
Es de noche y en el colegio privado Nuestra Señora Auxiliadora de Petrolina, Pernambuco, Brasil, están de festejo. Es la graduación de Samira Mota y sus compañeras que acaban de terminar tercer año de la secundaria. Sus hermanos menores, Leandro y Beatriz Angélica Mota -nacida el 11 de febrero de 2008, 7 años- están también allí, celebrando. Beatriz, sentada con sus padres, escucha atenta la entrega de diplomas. Este también es su colegio y se siente cómoda porque conoce a casi todos. De hecho, su padre Sandro Romilton (en Brasil los hijos llevan primero el apellido de la madre) es profesor de inglés de la institución y participa de algunos tramos de la ceremonia.
La familia entera lleva puestas unas remeras blancas que mandaron a hacer con la cara de Samira. Es parte del homenaje a la graduada. Beatriz sacude su largo pelo castaño y siente sed. Se acerca a su madre Lucinha Mota (congresista) y le avisa que bajará de donde están sentadas para tomar agua de los bebederos.
Son las 10.09 de la noche del jueves 10 de diciembre de 2015.
“¿Dónde estás hija mía?”
En el lugar, uno de los colegios más prestigiosos de la zona, están congregadas cerca de 2000 personas. De todos los ingresos del establecimiento, solo la puerta principal, donde hay seguridad contratada, está habilitada. Las familias se sienten cuidadas.
La madre de Beatriz espera sentada a que su hija vuelva de tomar agua. Mientras, Sandro está tomándose fotos con sus alumnos. Pasan los minutos. Beatriz demora, Lucinha se inquieta. Se levanta y va a buscarla entre la gente. A las 10.25 Lucinha le avisa a Sandro que no la encuentra.
Solo han pasado 16 minutos desde la sed…
A las 10.43, Sandro se sube resuelto al escenario e interrumpe a la banda musical que está tocando. Solicita el micrófono para llamar a Beatriz. Por los altoparlantes se lo escucha decir:
“Beatriz, ay hija mía, ¿dónde estás? Oye Bea, todos te buscan mi amor… Ella está vestida como yo, con la cara de su hermana”, explica a la gente, al tiempo que se señala la remera.
Beatriz es flaca, tiene una melena castaña y lleva puestos la remera blanca y un short de jean.
Todavía creen que es solo un extravío en el gran colegio familiar. Pero el pedido no surte efecto. Beatriz sigue sin aparecer.
Al rato, Sandro retoma el micrófono y su voz ya transmite angustia:
“He mirado por todos lados que se me ocurren en el colegio… y todavía no he encontrado a mi hija. Estoy desesperado”.
Varios padres y miembros de la escuela ayudan en la búsqueda.
No pasa mucho tiempo más hasta que un guardia de seguridad la encuentra en un espacio pequeño, ennegrecido por el humo. Es un depósito donde se guardan los elementos de un gimnasio en desuso. Un incendio provocado intencionalmente por alumnos, tiempo atrás, ha dejado este sector abandonado. Entre el hollín, envases de productos de limpieza y cables… está la pequeña Beatriz.
Son las 22.50. Han pasado 41 minutos desde la sed, pero ya es demasiado tarde. Su cuerpo tibio tiene, lo confirmarán los forenses más tarde, 42 cuchilladas. El arma, un cuchillo con mango de madera, está todavía clavada en su abdomen.
Los gritos de su familia, al enterarse del hallazgo, cortan de un tajo el aire festivo del lugar. El estupor inunda a la multitud que hace minutos celebraba. ¿Una muerte? ¿Un crimen? ¿Dentro del colegio? ¿Ahora mismo? ¡No puede ser cierto!
A las 23, el lugar está repleto de miembros de la policía militar. Sirenas y llantos se entremezclan generando una sinfonía escalofriante. Un pandemónium.
Detrás de escena, algunos intentan inútilmente contener lo incontenible… a esa familia que acaba de ser mutilada.
Bastaron unos nefastos 41 minutos para que un monstruo destruya el futuro de los Mota.
La ausencia de Beatriz será una condena perpetua insoportable.
La ruta de las imágenes
El cadáver de quien hacía un rato jugaba riendo desbordante de vida es trasladado para su autopsia a la ciudad de Juazeiro. La misma ciudad que la había visto nacer. El gran cuchillo dejó heridas en sus brazos, sus piernas y su abdomen. Es una expresión de la violencia extrema, de alguien desquiciado por la rabia.
Eso hace pensar que el crimen (por ser con arma blanca y con tanta furia) es algo personal. No se detectan signos de abuso sexual. Una pregunta los acosa: ¿cuál es el motivo del crimen?
Los detectives creen que ha sido asesinada allí dentro ya que no se ven rastros de sangre fuera de ese clóset. Por otro lado, también parece claro que la pequeña no entró caminando ni arrastrada, no se ven ese tipo de huellas en ese reducto lleno de polvo negro.
Todo es confuso y contradictorio.
Levantan pruebas, muestras de pelo y de sangre, huellas dactilares. Esperan poder cotejarlas con las de los sospechosos que vayan apareciendo. Tendrán mucha gente para interrogar.
Hacen la recolección de las imágenes de las cámaras del colegio aunque, justamente, en el área del gimnasio en desuso no estaban funcionando. También consiguen las de las calles perimetrales del establecimiento. Se pide, además, a todos los que tengan grabaciones de esa noche que las aporten, incluida la del profesional que filmó la ceremonia.
Con esa vasta serie de imágenes logran rearmar una línea de tiempo. En ellas se observa:
-A Beatriz sentada cerca de su padre a las 20.10.
-A las 21.55, cuando Sandro es llamado al escenario para entregar diplomas y se levanta de su lugar, Beatriz sigue sentada a su lado.
-A las 22.02 cuando Beatriz se corre de lugar para sentarse cerca de su madre.
-La última imagen de ella es a las 22.09. Se aleja de su madre hacia la fuente de agua.
-Las siguientes imágenes de la familia son a las 22.25 buscando a Beatriz.
Un hombre de verde
Se pensó con cierta lógica, por donde se encontró a la menor, que el asesino conocía muy bien el colegio. Que el hombre sabía que en esa área precisa no había nadie, ni cámaras funcionando. Que era el punto perfecto para cometer el peor de los actos sin ser visto.
Algunos testigos refirieron haber visto a un sujeto de remera verde sentado cerca de la fuente de agua; a un hombre en los alrededores de los baños; a un tipo salir del área del gimnasio… Según el padre de Beatriz, este mismo personaje sería quien antes, esa misma tarde, se había acercado a dos chicos para pedirles si lo podían ayudar a llevar una mesa al auditorio, en un intento por atraerlos hacia el oscuro corredor… Quizá, cree, haya sido la misma excusa con la que se acercó a Beatriz.
Sin embargo, y a pesar de la cantidad de gente presente, nadie vio en concreto nada.
Entre las muchas teorías, hubo una que especuló con la idea de que hubiera más de una persona involucrada y que la hubiesen matado fuera de ese cuartucho para luego trasladar hasta allí su cadáver. Pero el tiempo para tanto despliegue, no excedió la media hora. En esa ventana de minutos deberían haberla engañado, raptado, apuñalado y movido. Demasiadas cosas coordinadas evitando que miles de ojos pudieran ver algo.
La policía llegó a señalar a cinco empleados de la escuela, cuatro varones y una mujer. Habían presentado problemas en sus interrogatorios: nervios o algunas contradicciones. Eso unido a que la estratégica luz del pasillo al viejo gimnasio estaba apagada y a que el 25 de noviembre, quince días antes del asesinato, habían reportado como perdidas un juego de tres llaves que daban acceso a todos los sitios del colegio, hacían pensar en un crimen premeditado.
Las idas y vueltas de las versiones policiales, empezaron a desesperar a la familia. El caso parecía una caza de brujas.
La idea de que hubo una conspiración para matar a Beatriz, tomó cuerpo por un tiempo. Luego, también circuló la idea de una bizarra motivación religiosa: magia negra. Algo bastante frecuente en algunas regiones de Brasil. ¿Podía haber sido un rito satánico? O, ¿sería una venganza contra la familia?
En septiembre de 2016 la policía dio a conocer el video de un sospechoso hombre de verde caminando alrededor del colegio a las 20.30. Es fácil distinguirlo entre la gente porque camina de manera claudicante. Una hora y nueve minutos después se lo vuelve a ver y parece estar hablando con alguien por celular. Corta la llamada y se lo puede observar sacando un cuchillo que luego guarda en su media. Ese cuchillo sería el arma homicida.
El hombre de verde llega a la puerta del colegio a las 21.45 y se mezcla con la gente del lugar en la entrada. Ya no se lo vuelve a ver tan claramente, pero una fugaz imagen de él, surge de la filmación de la graduación: el hombre cruza el auditorio hacia donde está la fuente de agua. Es casi la misma hora en la que Beatriz, acuciada por la sed, decide ir a beber. La maldita sed.
Hasta ahí llegamos.
No habrá ninguna imagen más de él. Ni saliendo del lugar. Nada. Era como si se hubiese evaporado en el aire. Por la puerta principal claramente no salió. ¿Podría el asesino conocer muy bien el establecimiento y salir por otro lado?
La otra orilla, la del dolor
La familia desesperada intentó seguir muy de cerca el caso, pero la policía no se lo permitió. En noviembre de 2017, Lucinha viajó a Recife para hablar con el gobernador y exigir que les otorgaran acceso a la causa.
Los peritos a cargo del caso decidieron mandar las imágenes del sospechoso filmado al FBI norteamericano. Querían conseguir que las imágenes de aquel hombre fueran aumentadas y mejoradas. Así podrían compararlas mejor con cualquier sospechoso que encontraran.
En julio de 2018 la policía acusó a un empleado del colegio, Alisson Henrique de Carvalho Cunha, de borrar las imágenes de algunas cámaras. Luego se supo que, en realidad, las había borrado la misma policía por error en el manejo de los discos duros.
En octubre de 2019, ante la falta de resultados, los padres iniciaron una investigación paralela.
¿Qué cosas estaban probadas en la investigación?
-Tenían el ADN y una huella dactilar obtenidas del cuchillo utilizado en el homicidio. Faltaba con quién compararlos.
-Había certeza de que no se concretó ningún abuso sexual.
-Días antes del crimen había desaparecido un llavero con tres llaves que daban acceso a todas las entradas y salidas del colegio.
-Un sospechoso o identificado de remera verde había deambulado por el colegio intentando acercarse a dos niños antes que a Beatriz.
Seis años después, ¡el culpable!
En diciembre de 2021, al cumplirse otro aniversario del crimen, los padres de Beatriz, Lucinha Mota y Sandro Romilton, caminaron durante 23 días para recorrer los 700 kilómetros que separan Petrolina de Recife. Lo hicieron en protesta por la falta de respuestas sobre el crimen de su hija. El dramático periplo tuvo cobertura de todos los medios brasileños que siguen el caso con pasión.
Pocos días después, más precisamente el 28 de diciembre pasado, el gobernador Paulo Cámara, anunció la destitución del perito penal que actuaba en el caso, Diego Costa.
Fue el primer resultado de la larga caminata.
Comenzado el 2022, vendría otro logro muy oportuno para las cuestionadas autoridades. La policía científica del Instituto de Genética Forense Eduardo Campos de Recife, quienes llevaban mucho tiempo cotejando el ADN hallado en el arma homicida con el de los criminales detenidos, encontraron una coincidencia total. Habían cotejado unos 125 ADN cuando… ¡bingo! saltó un resultado: Marcelo da Silva, 40 años.
El oscuro personaje, en 2011, había sido acusado por estupro contra una menor de 12 años y, luego, había sido encarcelado por un robo en un supermercado.
El 10 de enero de 2022, da Silva, quien estaba detenido por otro delito en la cárcel de Salgueiro desde 2016, fue confrontado con el hecho. Confesó el crimen.
¿Cómo no compararon antes su ADN? La ex jefe de la policía científica, la genetista Sandra Santos, reconoció que por una mala investigación no se llegó antes a este resultado.
Según expresó el secretario de Defensa Social de Pernambuco, Humberto Freire, la pequeña habría sido asesinada porque vio al hombre, un sujeto que vivía en la calle, con un cuchillo. Se asustó y da Silva quiso silenciarla a navajazo limpio.
La gran duda que flota todavía sobre el caso es la falta de una motivación creíble para cometer semejante crimen. Eso sostiene la familia Mota al tiempo que pide que se federalice la investigación y que se le dé participación al FBI. Lucinha asevera que aun siendo el culpable porque el ADN es incontestable, hay mucho más que averiguar: ¿Cómo salió el asesino del colegio? ¿Alguien lo mandó a matar? ¿Tuvo cómplices dentro de la escuela que lo apoyaran? ¿Podría ser un crimen en venganza contra el colegio?
“Todas las piezas tienen que encajar”, exige Lucinha.
Lo que más enojó a sus padres es que la policía no les comunicó antes que al resto las novedades y que no los dejaron entrar a la conferencia de prensa.
Lucinha ya no cree en milagros y sospecha de la coincidencia de su caminata, la repercusión mediática y del oportuno hallazgo del asesino. Protestaron tanto que fueron recibidos por el Secretario de Defensa Social en una reunión privada.
Lucinha se expresó: “Es inhumano, por parte de la policía, no habernos comunicado lo que pasaba, no les costaba nada. ¿Ninguno pudo levantar un teléfono y llamarnos?”. Y, luego, agregó: “El ADN y la confesión no son suficientes… Existen otros elementos que precisan ser esclarecidos y confirmados. ¿La motivación del crimen? ¿Cómo entró? No me venga a decir la policía que él estaba en el medio de la calle y entró al colegio… No me vengan con eso, ese argumento no va conmigo. Nadie entra a un colegio sin ser conducido por alguien (...) ¿Dicen que un desconocido loco entró, mató y salió de la escuela? Estoy pidiéndole a Dios para que efectivamente sea él, para poder tener paz, para que Beatriz tenga un proceso justo y que el asesino pague por esa barbarie que cometió”.
¿Cuánto tiempo lleva dar 42 puñaladas? ¿La mató con tanta saña solo porque Beatriz lo vio con el arma? ¿Cómo había logrado entrar a una institución privada alguien ajeno a ella, habiendo guardias en la puerta? ¿Cómo sabía el criminal de ese lugar incendiado, en un pasillo oscuro, para deshacerse del cuerpo? ¿Cómo podría estar al tanto de que las cámaras de esa zona no funcionaban? ¿Solo un loco y la casualidad habrían permitido un terrible, pero casi perfecto, crimen en medio del gentío?
Muchos cabos para atar todavía. Esta segunda parte de la historia, recién comienza.
El asesino confeso habló, a través de su abogada, el último sábado 15 de enero en la TV Globo, para expresar que está arrepentido. Le pidió a su defensora que le diga a Lucinha que la quiere ver. Después del daño que infligió a los Mota desea aliviarles el corazón, pedirles perdón y contarles la verdad. Quién sabe qué más tenga para decirles el ahora, extrañamente, empático da Silva.
Ese mismo medio brasileño publicó hoy que Da Silva relató que esa noche estaba sin dinero para volver a su casa y que había pensado en robar una moto, pero terminó entrando al colegio. Él creyó que ingresaba a una Iglesia. Alguien que lo vio borracho lo echó, pero volvió a intentarlo para tomar agua y esta vez lo logró. Fue en ese momento que vio a Beatriz, cerca de la fuente.
La pequeña, según él, le dijo: “Tenés un cuchillo ahí”. El asesino enojado le respondió “Callate la boca”, y la hizo entrar en el cuartucho “Quedate calladita, que ya me estoy yendo… pero ¿qué pasó? ella comenzó a gritar”. Por ese motivo la atacó, sostiene, y luego se fue a lavar las manos al baño. Salió del colegio sin problemas y se fue a bañar a un río cercano y consiguió ropa limpia de unos mendigos.
Quizá que el criminal sea un alienado sin un motivo claro y ella una víctima casual, sea algo difícil de enfrentar. El azar y la muerte. Sin sed, capaz que Beatriz no hubiese sido víctima. O, si la secuencia de hechos hubiese ocurrido diez minutos antes o diez después, ella no se hubiera topado con el brutal homicida.
Ninguna respuesta podrá conformar jamás a sus padres y hermanos, pero saber quién fue con absoluta certeza, al menos, les puede brindar algo de paz.
Infobae
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