En Uruguay las redes sociales no marcan el tono del debate político, porque aún existe la sensación de que eso no es hacer política.
En un acto que parece cada vez más escaso en el mundo, tres expresidentes de Uruguay de distintas corrientes ideológicas se han unido y recorren el país recordándoles a los ciudadanos, de cara a las próximas elecciones de noviembre, que el tesoro más grande que deben proteger es la democracia, por encima de partidos y propuestas políticas.
Uruguay ha sido definido por la ONU y otros organismos internacionales como el segundo país en democracia, transparencia y seguridad de todo el continente americano, después de Canadá. Llevan décadas de estabilidad que han fortalecido su credibilidad, y todos, políticos y ciudadanos de a pie, sean de izquierda o de derecha, se mueven en un eje central de liberalismo del que nadie se aleja. Y las relaciones entre políticos opositores pueden llegar a ser fraternales.
El caso de los expresidentes es muy diciente. Pepe Mujica, de izquierda; Luis Alberto Lacalle Herrera, de centro derecha, y Julio María Sanguinetti, a medio camino entre las dos corrientes, proclaman su repudio conjunto a los insultos, las mentiras y la difamación en la política, tratando de evitar el contagio exterior.
Sus palabras han sido contundentes. Mujica dijo que “el compromiso nacional va más allá de los sellos partidarios”, y que la razón por la cual los tres recorren el país es para intentar ayudar a las nuevas generaciones a que mantengan la altura a pesar de todas las diferencias. Lacalle recordó que el último fin de semana de noviembre habrá un nuevo gobierno que puede gustar más o menos, pero que es el gobierno, así que “reservémonos por él un poquito de cariño y respeto”. Y Sanguinetti remató diciendo: “por eso estamos acá, para que no nos arrastren las marginalidades de las redes, las marginalidades de la política, la marginalidad de la sociedad, y que discutamos lo que tenemos que discutir, que discutan los candidatos, que discutan los partidos, los parlamentarios y no dejarnos arrastrar a todos esos debates laterales, que surgen desde el anonimato de las redes”.
Imaginar semejante labor pedagógica en Colombia, con los tiempos que corren, es imposible. Según el Latinobarómetro, en Uruguay el 61% de la población está satisfecha con el sistema democrático, mientras que en nuestro país solo el 20%.
En 2021 el Instituto V-Dem catalogó a Uruguay como el país menos polarizado del mundo. Es cierto que existen actitudes crispadas pero son residuales y con expresiones únicamente en plataformas digitales a las que la gente ha sabido dar su justa proporción. Dado el ambiente de polarización y hostilidad que recorre toda América Latina, por no hablar de lugares tan disímiles como Estados Unidos o España, sorprende que en este pequeño país, de tan solo 3,4 millones de habitantes, esa ola llegue pero amortiguada. Al punto de poder afirmar que lo que allí se da es una “polarización amable”.
La clave puede estar en dos palabras que se escuchan por todas partes: diálogo y consenso. A nivel familiar se habla de la importancia que tiene fomentar la “tolerancia y el respeto hacia otras personas”. Un dato que no es menor cuando se analiza para dónde van las emociones de los votantes y se ve que en el año 1996 la “tolerancia” era la tendencia del 70 % de los encuestados y 20 años después esa cifra llegaba al 82 %. El consultor político Ignacio Zuasnabar cree que desde el punto de vista de la dinámica democrática, Uruguay tiene dos cosas que una sana democracia debe tener: un gobierno que gobierna y una oposición que cuestiona y controla.
Después de padecer una fuerte dictadura (1973-1985), en el país se generó una serie de movimientos que concluyeron con la recuperación del talante liberal humanista. Nadie quiere coquetear con opciones autoritarias y quienes hicieron parte de la guerrilla de los años 60 y principios de los 70 lograron reconvertirse y legitimaron un fuerte movimiento político que supo integrarse al poderoso Frente Amplio. Es destacable que los partidos fundacionales de Uruguay, aún vigentes, tienen 150 años de antigüedad, y en el Parlamento hay representantes de 5 partidos, 2 de los cuales son claramente minoritarios.
A diferencia de la realidad que consume a muchos países, en Uruguay las redes sociales no son las figuras que marcan el tono del debate político, porque aún existe la sensación de que eso no es hacer política. Allí se entiende que parte de ese debate implica compartir los hechos de la realidad, y tanto el sistema político como el sistema mediático tienen una noción de realidad similar. La agenda de hechos es la misma, aunque luego haya diferencias en sus voces, y los medios, la cultura periodística en sí, tienen un peso importante en la labor amortiguadora. Exactamente lo opuesto al discurso bárbaro de las redes sociales que es cada vez más manipulado por intereses externos.
La civilización democrática de la que goza Uruguay prueba que los discursos radicales son innecesarios para que llegue el cambio, porque este puede darse desde la moderación.
Por: Editoriales El Colombiano
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